Los vinos blancos comienzan a pelearles terreno a los tintos tanto a nivel local como global. En la Argentina, Valle de Uco en Mendoza es uno de los escenarios que brinda nuevos vinos frescos y con gran personalidad.

Si hubiese que describir la escena vínica actual, los anglosajones dirían: «White is the new black«; esa expresión explica con exactitud lo que sucede con el consumo de vino blanco a nivel mundial. Sí, la gente toma mucho más vino blanco que antes y lo hace en detrimento del tinto.
Según datos provistos el año pasado por la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), el consumo «de vino tinto disminuyó un 15 por ciento en menos de 15 años. Por otro lado, el de vino blanco aumentó un 10 por ciento».
La situación se agudiza en Francia, donde los viticultores recibieron el año pasado 200 millones de euros de parte del gobierno para moderar la crisis de sobreproducción que afronta el sector, donde no se consume todo lo que se produce.
Claro que el declive que enfrenta esta bebida en el país galo es general, pero los productores lloran con lágrimas púrpuras, ya que la caída del tinto es la más fuerte. Según el diario Le Figaró, tan solo en 2022 la venta de vino tinto cayó un 15 por ciento en supermercados, mientras que el blanco apenas sufrió una disminución del 3 por ciento.

En el mercado local, la torta de colores se reparte de forma similar. Según dio a conocer el Observatorio Vitivinícola Argentino, en 2021 el 70 por ciento de los despachos correspondió al vino tinto, el 4 por ciento al rosado y el 26 por ciento al blanco; al año siguiente, el tinto perdió 3 puntos porcentuales que se repartieron entre el blanco (28 por ciento) y el rosado (4 por ciento); cifras que se mantuvieron casi sin cambios en 2023.
Los productores lo confirman: «Desde los inicios de nuestra bodega, hace más de 20 años, la presencia del Torrontés en nuestras ventas ha sido constante, pero en los últimos cinco años, fuimos testigos de un notable incremento en la demanda de vinos blancos en general«, señala Lucía Romero Marcuzzi, directora de Bodega El Porvenir de Cafayate.
Este auge blanquecino se explica por múltiples razones, según detalla Mariana Torta, sommelier y area manager de Latam de Wines of Argentina (WOFA), «por un lado, hubo un cambio de hábitos alimenticios. También el incremento en las temperaturas y la comunicación de sommeliers que educaron a los consumidores en maridajes poco abordados, como quesos, embutidos y achuras con blanco».
En Argentina, el mayor consumo de blancos vino acompañado de otro fenómeno que reforzó esta tendencia global: de la mano de los avances en materia enológica y agronómica se llegó a zonas de cultivo inexploradas, ideales para cosechar uvas con buen nivel de alcohol y acidez natural, lo que en la copa se traduce como elegancia, potencial de guarda y vivacidad.
«Los vinos blancos de los 90 apuntaban al estilo californiano, o sea maderizados, concentrados, golosos en boca, eso respondía a las preferencias de los mercados a los que se exportaba», señala Pepe Galante, enólogo y chief winemaker de Bodegas Salentein, y agrega: «Hoy, después de todo el trabajo de estudio e investigación desarrollado por las bodegas, el nacimiento de las identificaciones geográficas y la incorporación de nuevos viñedos en el piedemonte de la Cordillera de Los Andes, me animo a decir que la Argentina ganó un estilo propio, con identidad, y nuestros vinos blancos gozan de reconocimiento en diferentes mercados», concluye.

Para el enólogo Sebastián Zuccardi, el cambio está asociado a nuevos terruños. «Existía el mito de que los blancos no eran tan buenos en la Argentina; pero las bodegas empezamos a descubrir y explorar zonas límite, que no se habían abordado antes, como San Pablo, Paraje Altamira y Gualtallary, que resultaron ser las más interesantes para la categoría».
Miriam Gómez, enóloga de Antigal Winery, que acaba de ser seleccionada como Mejor Bodega del Nuevo Mundo 2023, aporta otro dato que contribuyó a elevar la vara, «para mi es clave que, hace unos años, los técnicos empezamos a viajar mucho y traemos ideas de otros lugares a este escenario. Hoy hay un conocimiento científico mucho mayor, todo es más razonado que antes, no se hace copiar y pegar, se razona dónde poner la uva o cuál es el mejor punto de cosecha, entre otras cuestiones.».
Más allá de los colores y variedades, la calidad del vino argentino en general se benefició de una nueva visión que rige en la mayoría de la industria desde hace unos años, la de hacer vinos con el único fin de mostrar un lugar, ejemplares que ya no busquen cumplir con necesidades de determinados mercados, ni pretender ser lo que no son, sino que tengan una personalidad propia.
Por el mundo
Los vinos Malbec acaparan casi toda la presencia albiceleste en las góndolas del exterior. Según datos publicados por el Observatorio Vitivinícola Argentino, en el primer semestre de 2023, esta variedad se llevó el 59,26 por cierto de las exportaciones totales, y le siguió, muy por debajo, el Cabernet Sauvignon con el 11,86 por ciento.
Sin embargo, los blancos tomaron revancha: ocuparon de la tercera a la quinta posición, con Chardonnay (5,8 por ciento), Sauvignon Blanc (2,1 por ciento) y Torrontés (1,79 por ciento).
Las cifras que proporciona Wofa en relación a 2022 son similares, ese año el 75 por ciento de las exportaciones fueron de Malbec, seguidas de Chardonnay (10 por ciento), Torrontés (3,3 por ciento) y Pinot Gris (2,6 por ciento)».
En tinos se destacan una o dos variedades mientras que en blancos el panorama se abre. «Hay un largo camino por recorrer con respecto a la oferta de vinos blancos en el exterior y no por un tema de calidad, sino que la oferta del resto de los países es mayor», señala Paula González, enóloga de Pyros Wines.
Es que el Malbec es una gran puerta de entrada para competir en el universo granate pero en la liga de los blancos no hay bendición similar, ya que si bien el Torrontés es otro jugador único, su aceptación mundial no puede compararse a la de su compañero tinto.
De todas formas, el panorama parece alentador. «Sin dudas, con esta revolución de nuevos blancos de zonas extremas que ya nos están dando vinos de gran calidad, tenemos una buena oportunidad para entrar más fuertes al mercado internacional de blancos. No será fácil, pero tenemos los vinos para hacerlo», asegura González.
La promesa del suelo
Queda claro que la revolución blanca se define por su carácter global, sin embargo también tiene epicentros, uno de ellos es Valle de Uco, en Mendoza, una región que se caracteriza por dar vinos de perfil fresco y con personalidad.

Una vez en el valle, el GPS sabe a dónde conducir cuando se trata de dar con los blancos más afamados de la actualidad: San Pablo, una Indicación Geográfica (IG) ubicada en el extremo noroeste de Tunuyán, bien cercana a la Cordillera de los Andes.
«Siento que es un lugar maravilloso para producir vinos blancos de gran calidad y perfil gastronómico, de todas las IG de Valle de Uco es la más próxima a la montaña, aquí las uvas maduran lentamente, el tiempo de colgado de los frutos en la planta es largo, y el balance entre azúcar, acidez y pH es casi perfecto; soy fan de San Pablo», declara Galante, de Salentein, una de las bodegas pioneras en la zona.
José Lovaglio, enólogo de Susana Balbo, coincide: «San Pablo tiene características ideales para elaborar blancos de alta gama; ofrece buena disponibilidad de agua, diversidad de suelos y un ciclo con temperaturas más frescas. El desafío es la mayor incidencia de heladas que en otras partes del valle».
Para beber San Pablo, se puede explorar etiquetas como Las Secuoyas Chardonnay y Finca Los Nogales Sauvignon Blanc, ambas de Salentein. Y también dos de Zuccardi, Fósil, un Chardonnay proveniente de un viñedo plantado a tan solo 300 metros de distancia de la Cordillera, y Finca Las Cuchillas, un Chardonnay fresco y filoso que transcribe en las copas la severidad climática de esta zona.
El color de moda
Quizás sea que la demanda del mercado impuso una especie de moda, o tal vez se deba a que después de décadas de búsqueda e investigación, los blancos llegaron a una calidad nunca antes vista y por eso despiertan fanatismo entre los consumidores. Lo importante es que cada vez más bodegas destinan gran parte de sus lanzamientos a los blancos.
En noviembre del año pasado, Zuccardi Valle de Uco sumó dos etiquetas a sus blancos de montaña, vinos provenientes de dos fincas específicas, el ya mencionado Finca Las Cuchillas, y Finca Los Membrillos, un Semillón de Paraje Altamira.
Sebastián Zuccardi eligió esas dos variedades porque «el Chardonnay y el Semillón hablan del lugar, lo dejan ver», explica, es decir que son transparentes, permiten que lo particular del viñedo se imponga sobre la generalidad de la cepa.
Achával Ferrer es otra de las bodegas que generó ruido el año pasado con su debut en esta liga. El mercado se benefició con esta incursión recibiendo dos fabulosos vinos en diferentes segmentos de precios: Quimerino Blanco, un blend de Sauvignon Blanc y Roussane Marssane, y la versión White de su aclamado Quimera, que combina Chardonnay, Sauvignon Blanc, Viognier y Semillón.
«Con los blancos perseguimos la misma búsqueda que con los tintos: la demostración del terruño», explica Gustavo Rearte, enólogo de esta bodega famosa por los altos puntajes de sus vinos.
Este año llegarán novedades desde el Sur, Ribera del Cuarzo lanza un Sauvignon Blanc bajo su línea Araucana. «Estamos muy entusiasmados con este vino que elaboramos con las uvas de un pequeño viñedo a la margen sur del Rio Negro y también estamos explorando introducir una nueva variedad en la zona», señala el viticultor Felipe Menéndez.
El Cronista